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Murió “Cacho” Castaña

Estaba internado desde hace varios días por una afección pulmonar.

Un antidandi, la porra hasta la última exhalación. Eso y un seguido capilar en forma de patillas. El pelo fue su gran marca de distinción. El plexo solar descubierto, valiente, típico de cantante latino. Los collares bailando en el cuello. La camisa prolijamente abierta hasta el ombligo, algún tatuaje tardío en la mano. Le mirabas más el pecho a Cacho que a Moria. Toda su figura era una muestra permanente de testosterona.

Tantas internaciones tuvo que fuimos perdiendo la cuenta… Lo internaban y un mes más tarde andaba llenado algún teatro de la calle Corrientes. En los últimos años había tenido decenas de enfermedades, principalmente la EPOC y una suerte de cardiopatía. La muerte era un tema recurrente. Parecía haberle perdido el miedo: “Estuve dos meses en coma y era como dormir una siesta”.

Fue adicto a la cocaína. Zafó. Al final, con una cánula que lo ayudaba a respirar, tuvo que dejar de fumar. El cigarrillo costó, pero a la droga se la saco de encima como a una mochila liviana.

“Estoy bastante harto de todo. En cualquier momento, largo”. Lo decía con una ambivalencia que no sabías bien si hablaba de su carrera o de una vida que exprimió hasta la última gota.

Porteño de manual, no sabía lo que era la distancia. Le encantaba que lo escuchen. Era vulgar, masivo. Desconocía el pudor. Tenía calle. Elegía comportarse como un sobreviviente. Mezclaba con destreza el terreno común al artista y al profano (al punto de que el artista, más bien modesto, nunca ha quedado al margen gracias al menudeo chismoso de sus constantes resurreciones).

En las entrevistas resultaba ser un anfritrión-hamaca paraguaya: te hacía sentir cómodo siempre, siempre. Después te tomaba del hombro como Guillermo Coppola y salías de la entrevista pensando que ya eras su amigo. Respondía cualquier cosa que pasara por tu cabeza.

¿Te gustan los tríos, Cacho? “Vos podés ser abierto en el sexo, pero hay que saber relajarse. Te puede llegar a gustar un tipo o te puede llegar a violar un tipo. O te lo podés violar vos. Si la violación es inevitable, relájate y goza. Te pueden gustar dos minas, después te cansás de las dos minas y querés un tipo y, de golpe, la tenés adentro. Y cuando la tenés adentro, decís: ‘¡qué hice!’ Lo malo es si te gusta. O no: si te gusta es tremendo, porque sentís que estuviste toda la vida al dope hasta que te diste cuenta, de grande, que te la pusieron y te gustó. Por eso, ante la duda, no quiero ni que me toquen el culo”.

Ese era Cacho, que encima tenía el alias más popular de la música popular: Cacho. Había nacido Humberto. Jamás lo llamaron así. Humberto Vicente Castagna (nacido el 11 de junio de 1942). Infancia feliz, piano y pantalones cortos, padres zapateros, de ahí al rock, a Elvis, a Los Beatles.

En los últimos 20 años fue noticia menos por su obra que por su vida caracterizada por un estado de salud deteriorado más algunos milagrosos romances con mujeres jóvenes. Eso sumado a la exaltación de una figura notoria sólo comparable a la del Obelisco.

En un momento se inclinó por el umbandismo así como Juanse es católico y John Travolta se transformó en el dios de la cienciología.

Había que ser porteño para entender su métrica. Su historia fue la de hombre público que se relacionó con mujeres públicas. A fines de 1994 Cacho Castaña y Silvia Peyrou vivieron un romance luego de conocerse en una función de la obra Un cacho de corona.

Se casó tres veces. La primera vez con la vedette Selva Mayo, con quien contrajo matrimonio en medio de un rito umbanda.

La segunda, con Andrea Sblano, hija de un amigo de toda la vida (2006). Cinco años duró el matrimonio. Ella tenía 26 años; el, 63.

Volvió a intentarlo, esta vez con Marina Rosenthal Cabrales, una psicóloga marplatense, heredera de un emporio cafetero y 34 años más joven que él. Estuvieron juntos desde 2012.

En la letra de tu tangazo canta “sábado con trampas” ¿Pero El Día de Trampa no era el jueves? “Los jueves eran el Día Puloil, el de las camucas. Los sábados eran con trampa porque había escolazo, timba, carreras. Se jugaba mucho y…”

Llamaba la atención cómo podía ser que la misma persona fuera capaz de hacer Café La humedad y temas como El ladrón. Una vuelta se lo preguntamos: “Bueno, primero nació el tipo de Café la humedad. No te olvides que yo debuté tocando el piano en una orquesta típica a los 15 años. Después se me llenó la cabeza de humo: las guitarras eléctricas, el rock, el twist. Acá se esuchaba tango y jazz hasta que apareció Elvis y Palito y entonces nació una música popular argentina. Lo grasa llegó más tarde…”

Construyó un personaje querible. Querible, para los parámetros del mundo del espectáculo criollo, a veces quiere decir impune. Ese don de estar más allá del bien y del mal que alcanzaron Maradona, Susana, Mirtha, Charly García. Y Cacho.

En la famosa anécdota del baúl con Susana estaba la duda de si ella le había medito los cuernos a Monzón, o si se encontraba separada del boxeador. “Monzón me vino a buscar. No se hizo el boludo. Fue un momento jodido, pero ya pasó. No quiero hablar de eso, porque él no está. Sólo puedo decirte que lo de Susana fue una cosa muy linda. Una botella de champán. El otro día le mandé mi libro con una dedicatoria normal: ‘Con cariño, para Susana’. Mi mujer (Marina Rosenthal) me dijo que no podía ponerle eso. Entonces arranqué con otra cosa y Marina se chivó: ‘Fuiste, eres y serás el sol en mi fría soledad’”.

Jugando a que era su última nota, en otra oportunidad nos prometió decir la verdad y nada más que la verdad. ¿Cuánto de mito y cuánto de realidad? “Todo cierto, lo juro. A mí me divierte la prensa amarilla, siempre me hizo cagar de la risa, pero nunca me inventó ningún romance. De todas formas, por mí que digan lo que quieran, yo nunca pienso desmentir nada…”

Su primer referente, Julio Sosa. Luego Elvis. Al final eligió al Polaco Goyeneche, su guía espiritual. “Un día me dijo: tenés la obligación de salvar al tango porque nadie está escribiendo nada’. Me tiró una bolsa de cal”. Justamente al Polaco le dedicó Garganta con arena –junto a Café la humedad y Me gustan las mujeres con pasado, las tres mejores canciones entre las más de 1500 que grabó.

Fue un doble agente. Tocó en una orquesta típica y no dudaba en reivindicarse precursor de la bailanta (”A mí me gustan Los Pibes Chorros y Damas Gratis”). Autor de Tita de Buenos Aires y de La vuelta del matador o Quieren matar al ladrón.

“Nunca renegué de esas canciones. Las sigo haciendo en los shows. Si no, la gente me mata. Hay muchos artistas que agarran la onda culturosa y se despegan de su pasado, unos hipócritas”.

Conforme a los achaques frecuentes, a la bendición del Polaco Goyeneche y a su particular encanto varonil, encontró un amplio abanico de admiradores impensados que lo llenaron de homenajes en vida: La Beriso, Calamaro, Pocho la Pantera, Gustavo Cordera, Nacha Guevara.

Decía que con el tango empezó la guita y que este Cacho, el de la última época, sería el más recordado. “Tuve una vida un poco desordenada”, confesaba con más orgullo que pesar.

Nunca fue de derecha ni de izquierda. Cuando hablaba de política se ponía aburrido y poético. Dios era una cosa literaria. Su médico y amigo, el doctor Alfredo Cahe, no tenía ningún tipo de reparo en hablar del paciente. Se le consultaba con delicadeza y él respodía que Cacho era un paciente difícil que llegaba a fumar, incluso, estando internado en el sanartorio.

Su debilidad por las mujeres, la de Cacho, lo llevó a fomentar el mito de haber contado 500 aventuras. “Estuve con minas notorias, buena mercadería. Las convivencias son difíciles. Después de dos o tres años aparece la rutina y ésta no se casa para toda la vida”, reflexionaba señalando su entrepierna.

Si de todo se vuelve menos de una disputa sobre feminismo, en el programa de Mirtha Legrand Cacho pecó de desinhibido: “Cuando la violación es inevitable, relájate y goza”. Hubo amenazas de escrache, tuvo que suspender presentaciones, desvalijaron su casa en Olivos. “Para derrapar, cuenten conmigo”, se disculpo buscando hacer las paces con Malena Pichot.

El siguiente episodio de género no tardó en llegar: “Me enoja que las minas se peleen. A las minas, hay que voltéarselas”. Justo en esos días, volvieron a internarlo.

Pero, bueno, che, era Cacho de Buenos Aires, no Victorio Federico Alzaga Unzué. Así que una de cal y otra de arena, también tuvo su merecido tributo en los Premios Gardel y cantó en el Luna Park junto a Palito Ortega y Tini Stoessel.

En 2016, cuando se casó con Marina Rosenthal, el jefe de gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, actuó de juez de paz.

Fue hincha de San Lorenzo y fugaz pai umbanda.

En una entrevista podía no tenerle miedo a la muerte y en la siguiente declararle su “pánico” o decirte con risa de cosaco: “La otra vez vino un fulano y me preguntó que me gustaría que pusieran en mi lápida. !Qué sé yo, flaco! Pongan lo que quieran, total no la voy a leer”.

Clarín

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