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Infancias Menores, son las infancias postergadas

Por Carlos A. Rinaldi – Abogado – Especialista en Derecho de Familia

En anteriores artículos hemos analizado el concepto de Infancias Menores [1]. Aunque parezca un contrasentido, una provocación, es importante hablar de las Infancias Menores. Volver en clave crítica a analizar sus contornos y su vigencia.

Nuestra experiencia legislativa en materia de Infancias, pivoteó entre dos preocupaciones; la de legitimar la autoridad paterna para garantizar el férreo control de la crianza de la niñez en el seno de un hogar familiar contenedor. Y la de desterrar de los planos visibles a la infancia errante, vagabunda y sin cuidados parentales.

Esa infancia de menor talante, de menor jerarquía, presa de la selección penal, clientela de orfanato, vagabunda, no escolarizada, ha merecido por parte del Estado una respuesta, no para la atención de sus necesidades, sino desde una perspectiva punitiva.

Esa infancia que molesta, que nos muestra el rostro de la pobreza, del abandono, de la miseria, de la falta de provenir. Esa, es la Infancia Menor.

La infancia se construye con estos aportes, mejor dicho, se construyen tantas infancias, como alternativas posibles de articulación posean los discursos antes mencionados.

Siguiendo este razonamiento, sería lógico decir que la construcción de la Infancia como concepto, responde a una estructuración compleja. Compleja, porque surge de la conjunción de por lo menos tres discursos medulares o constitutivos, el de la familia, el del Estado y el de la sociedad. Imbricados en una dialéctica que se fundamenta en el lenguaje.

Lenguaje que se encuentra impregnado con la practicidad viviente, y a veces en estricta rivalidad con ésta.[2] El lenguaje le concede al rumbo discursivista, que se suele decir, “construye lo real”, las visiones de una publicística basada en “teorías del discurso”.[3]

El lenguaje vive en una extraña competencia con el mundo y también compite extrañándose de él. En cada momento es imposible discernir cómo podría trazarse una frontera entre ambos, práctica hablante y mundo práctico, ejercicios vedados por el carácter mismo del lenguaje dialéctico, que mantiene en algunos de sus puntos cabales de manifestación una irresolución que se halla en estado de “caos expresivo”, que no se evade del enjuiciamiento pues prepara su articulación con la explanación que luego va a fulgurar sin sedimentos ni desperdicios. [4]

Sin embargo hay otras infancias y adolescencias que se desarrollan en condiciones excepcionales. Es decir por fuera de los cánones estatuidos. Allí ubicamos a las Infancias Menores, fuera de los “convencionalismos” de la familia, del Estado y la sociedad, como comunes denominadores.

Las Infancias Menores poseen consciencia de su realidad y, muchas veces, resentimiento en relación a los responsables de su condición, de allí lo complicado de ensayar respuestas que modifiquen su realidad a corto plazo.

Los elementos comunes que pueden identificarse como asociados a esta población son:

  • Falta de contención en su centro de vida. Afincada en la ausencia de responsabilidad en familiares adultos, pobreza consuetudinaria, indiferencia al problema, falta de proyecto de vida, etc. Es decir un deficitario ejercicio de la responsabilidad parental.
  • Frustración institucional. Un alto número de los niños institucionalizados posee malas experiencias en hospicios, orfanatos u hogares de guarda.[5] Lo que los alentó a la fuga, haciéndolos reacios a cualquier intervención posterior.
  • La consolidación de “la calle” como un espacio habitual. Fructífero para el desarrollo de estrategias de supervivencia. Internalización o alto arraigo de los códigos que rigen la convivencia en ese espacio (el argot o las jergas de la calle).
  • El acceso fácil al consumo de drogas, sobre todo de estupefacientes de la “peor factura”.
  • Captación por los circuitos de la “mendicidad organizada”, regenteada por adultos inescrupulosos.
  • La ausencia de responsabilidades. La total ausencia de la noción de autoridad, la libertad para el manejo de su tiempo ocioso, la innecesaridad de reflexionar sobre su conducta. Lo que no reprime la vía libre a los excesos y no permite mensurar sus consecuencias nocivas de ciertas conductas.    
  • La alta exposición a flagelos tales como, el abuso sexual, la explotación económica, el delito, o la prostitución infantil y adolescente.

  La niñez y la adolescencia pobre, sobre todo la que se encuentra en situación de calle; identifica al espacio público como aquél, que subsumido a reglas de convivencia (y supervivencia) propios, está lejano a cualquier injerencia del discurso de “lo institucional, de lo regimentado”.

De allí la mirada “estigmatizante” que mantienen en relación a cualquier adulto que posea intenciones de asistirlos en su condición o por su condición.

Los adultos son percibidos como patrones negativos, al igual que la policía, el operador, el Estado, el preceptor, etc. Estas construcciones en el imaginario del pibe de la calle, por ejemplo, responden en gran medida a la falta de tacto que históricamente han tenido las instituciones creadas para ayudarles. Repitiendo abordajes equivocados, “estandarizando” modelos de intervención y dilatando la toma de decisiones que signifiquen un resultado para cada caso en particular.

Hasta aquí una caracterización de las Infancias Menores. Una caracterización de la Infancias postergadas.


[1] https://pregon.me/las-infancias-menores/

[2] GONZÁLEZ, Horacio, “La Crisálida. Metamorfosis y dialéctica”, Edit. Colihue, 2005, página 84.

[3] GONZÁLEZ, Horacio, ob. cit., página 88.

[4] Ídem.

[5] Por lo general estos espacios responden a planteos, hoy superados, sobre institucionalización o prisionización.

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