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Ataque en el colectivo: aparecen otras jóvenes víctimas del hombre detenido

Tras conocerse el caso de Bárbara, víctima de un hombre que la amenazó con un arma, la golpeó en el rostro y le inyectó un líquido amarillento que le provoco la pérdida de noción y espacio , todo arriba de un colectivo de la línea Expreso, comenzaron a aparecer testimonios de otras chicas que pasaron por situaciones similares. Tras el horror que sufrió la joven sanlorencina, se logró la detención del agresor, identificado como Darío Rubén Marconi, sin embargo al menos una decena de otras víctimas denunciaron al hombre, pidieron ayuda y no fueron escuchadas.

Uno de los testimonios que llegó a la redacción de Pregón es el de Melina, una beltranense estudiante de Derecho que sufrió en dos oportunidades el acoso del ahora detenido:

«La primera vez no me la olvido más porque fue el día de mi cumpleaños, justo ese día cumplía 18, el 7 de junio de este año. Yo salí desde Beltrán y me iba a la Facultad de Derecho en Rosario y este hombre se sube a la altura de Baigorria. El colectivo iba bastante vacío, era un miércoles a la mañana y él se sienta al lado mío. Me sorprendió, porque el colectivo iba bastante vacío, no tenía que sentarse al lado mío. Su contextura es grande, una persona obesa, con demasiado, demasiado olor, sin higiene y yo estaba del lado de la ventana con los auriculares, escuchando música. Cuando escucho que me hablaba, me saqué los auriculares porque pensé que necesitaba algo y ahí me empieza a preguntar cosas: cómo te llamás, adónde vas, qué estás haciendo, mis datos personales. Yo constantemente lo evadía y estaba como en un shock, por así decirlo, estaba quieta, dura, no sabía qué hacer, adónde terminaba todo esto. Me parecía que tenía algún problema porque al hablarme, acercaba su rostro al mío y yo lo evadía mirando hacia la ventana, hablaba como una persona que tiene un retraso o algo así, alguien que no puede fluir una conversación. Yo no le contesté, no actué y así estuve una hora sentada con este hombre, le quise tomar una foto y no pude, mientras más me movía yo, más me apretaba contra la ventanilla sin dejarme salir. En un momento empezó a tocarme las piernas, yo estaba paralizada, y se reía y se tocaba su entrepierna y hacía que abría la cortina y me tocaba los senos. Yo quería gritar y no me salía, estaba en un estado de shock completamente y nadie veía nada porque el colectivo estaba demasiada vacío, no había nadie alrededor. Pero yo me pregunto: el colectivero no vio? Yo sé que los colectiveros lo tienen fichado a él», relató angustiada Melina y agregó: «Por suerte se bajó antes que yo, en la Terminal de Ómnibus, y antes de bajarse me volvió a preguntar cosas y como yo no le respondía, me dijo «yo soy Darío», me dice su nombre e intentó darme un beso. Me sentí tan asfixiada que me bajé antes de mi parada y llamé a mi madre. Lo peor es que no pude sacarle una foto porque mientras más me movía, más me tocaba y se tocaba».

En esta oportunidad, recuerda Melina, «él subió al colectivo con un carnet de discapacidad, y concordaba con su aparente retraso, pero la verdad que para hacer este tipo de cosas es bastante vivo».

Siguiendo con su relato, la joven detalló la segunda vez que se cruzó a Marconi en el colectivo: «La segunda vez fue el 13 de septiembre, también un miércoles por la mañana. Esto no sé si es casualidad, porque a Bárbara también le sucedió un miércoles. Yo me subí en Beltrán y él ya estaba arriba, no sé de dónde venía y me reconoció y yo lo reconocí y quedé helada, porque desde junio a septiembre no me lo volví a cruzar, yo pensé: ya está. Yo me subí, me senté contra la ventanilla y se sentó una señora al lado mío, él me miraba constantemente y yo quería sacarle una foto. La señora se levanta y se va y él se levanta de su asiento y se sienta al lado mío y yo empecé a decirle que no quería que se siente al lado mío, el colectivo venía lleno y nadie hizo nada, el colectivero no hizo nada y yo venía en el segundo asiento, el chofer vio y escuchó todo y no hizo nada. Él me dijo «yo sé que te bajás en Rosario», como amenazándome y se sentó al lado mío. Yo no sabía qué hacer, tengo que gritar, pensaba, pero no podía, tengo que hacer algo, no tengo que dejar que me toque. Empezó a manosearme y otra vez al estar al lado de la ventanilla me acorralaba y me apretaba. Creo que él se dio cuenta que di vuelta el teléfono y disimuladamente le tomé una foto, porque ahí un poco se calmó. Pero a mí lo que más me asustó fue que me diga que él sabía dónde me bajaba, que supiera cuál era mi destino. Otra vez, me saludó como si fuéramos amigos y se bajó en la Terminal de Ómnibus. Nadie hizo nada, esta vez el colectivo venía lleno. Y como la vez anterior, me bajé y llamé a mi madre. Le conté que tenía foto y sabía que se llamaba Darío y quería escracharlo por las redes sociales. Así lo hice, ese día escribí una publicación con la foto del tipo y contando las dos situaciones y me empezaron a llegar mensajes de muchas, muchas chicas«.

Al otro día de sufrir el segundo acoso, Melina fue a hacer la denuncia policial a la oficina de San Lorenzo de violencia de género: «Le pusieron como carátula «abuso» y ahí me tomaron la denuncia pero no hicieron nada, quedó ahí. Yo tenía la dirección del tipo, me la habían pasado con todos sus datos, a través de los mensajes que recibí de varios testimonios de personas que ya lo conocían. Le digo a la mujer que me tomaba la denuncia: ¿Qué hago? Porque mi mamá quería ir a la casa del tipo, y la mujer nos dijo que no. Primero porque aparentemente es una persona discapacitada, vulnerable y puede tener un problema. Y también me dijo que si me volvía a pasar que trate de decirle al colectivero. Su respuesta fue que no pueden hacer nada porque es una persona impune, por su discapacidad, esa fue la respuesta que me dieron».

Tras su posteo en las redes sociales, Melina comenzó a recibir diferentes testimonios de jóvenes que habían pasado por situaciones similares, donde el mismo hombre las sometió: «Una chica sufrió lo mismo hace 12 años y cuando vio la foto en mi publicación, me contó que hizo un montón de denuncias y nadie hace nada porque es impune. Hay otra mujer que contó que cuando iba a trabajar la persiguió hasta la casa y cuando fue a denunciarlo le dijeron que no pueden hacer nada. Otro de los testimonios dice que han ido a su casa para «apretarlo», pero se escapa y desaparece por unos días y luego vuelve. Este patrón lo repite hace muchos años, por lo menos 12, se sube a los colectivos, molesta a las chicas, las acosa, sobre todo a chicas jóvenes. Tiene un patrón, hace esto hace un montón, es una persona razonable, por algo hace esto hace un montón de tiempo y nadie hace nada».

«Sabemos que los colectiveros lo conocen y no hacen nada, capaz porque no saben cómo reaccionar, no hay respuesta por parte de la empresa y tampoco de la Policía. Si no le hubiera pasado este caso extremo a Brenda, que la golpeó y le inyectó droga, yo creo que nadie nos hubiese escuchado, ni a mí ni a todas las chicas víctimas de este tipo», finalizó Melina.

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